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River – Boca en Madrid: ¿sigue teniendo sentido la Superfinal?

Las suspensiones, las batallas de escritorio y la insólita decisión de sacar de América a la final de la Copa Libertadores nos llevan a preguntarnos por la devaluación de este histórico Superclásico.

Ha pasado más de un mes desde que se supo que la final de la Copa Libertadores del 2018 sería entre River y Boca. En más de treinta días no se pudieron jugar 180 minutos de fútbol. Desde aquel ya lejano comunicado de la CONMEBOL que ratificaba al equipo de Núñez como finalista hasta el día que, se prevé, se va a terminar jugando el partido, han sucedido tantas cosas que podemos aventurarnos a sostener que el valor simbólico y deportivo de este evento se ha desfigurado hasta la disolución.

Se dijo desde un principio: nadie está dispuesto a soportar el día después a la derrota. Sea un equipo u otro, quedar segundo significaba el fin de un relato y el inicio de otro que, claramente, no era favorecedor. Perder la final de un torneo de tanto prestigio contra el acérrimo rival era una pena mucho más duradera incluso que el gozo de salir campeón. Esta sensación de abismo se palpitó desde el primer momento y con su sombra cubrió al evento hasta llevarlo al punto actual: un partido desvirtuado que funcionará como tentempié para las élites europeas que al igual que quinientos años atrás, se entretendrán con los productos exóticos que emergen de nuestras tierras.

En este sentido podemos decir que si el capitalismo tiene una lógica es la de tomar valores simbólicos, vaciarlos de contenido, ponerles precio y venderlos para regocijo de aquel que lo pueda pagar. ¿Cuánto sale una remera con la inscripción “Ramones”? ¿Cuánta gente que la utiliza es consciente y adhiere a la filosofía punk? ¿Valdrá lo mismo este partido para el madrileño que puede pagar la entrada y aprovecha para ir a ver el espectáculo a metros de su casa?

Así pues el fútbol ha sido cooptado por esta lógica comercial, utilizando su origen popular como mera estrategia de marketing y señalando a cada uno de sus actores como objetos de consumo. En el colmo de este acontecimiento, el partido más importante del torneo que desde su nombre busca homenajear a quienes han logrado liberar a los pueblos americanos, es vendido al país que conquistó América. De hecho, la que hizo la CONMEBOL se asemeja mucho a cuando en la época de la conquista los europeos llevaban a sus países nativos americanos para mostrarlos en zoológicos humanos como muestras de la extrañeza humana, reduciendo a los aborígenes a meras cosas y convirtiéndolos en productos de consumo para la aristocracia local.

Ahora bien, más allá de los análisis que son posibles de realizar en torno al traslado del partido y la violencia social latente en el plano deportivo ¿no podríamos asegurar que de alguna manera tanto River como Boca se han beneficiado por estas circunstancias? Si sosteníamos que, en el marco de lo normal y esperable, la derrota era un golpe tal vez demasiado duro para asumir, hoy por hoy ese golpe se ha diluido.

Es que si pierde River podrá aducir que no le permitieron jugar de local, que se los perjudicó por algo que no sucedió dentro de su estadio. Pero si pierde Boca podrá excusarse de que la violencia acaecida perturbó a los jugadores, por no hablar del viaje que tuvo que soportar, de la prolongación de la temporada o el perjuicio de jugar en otro hemisferio y en otro horario al que se está acostumbrado. En definitiva entre tantas modificaciones, incertidumbres y disputas la tensión original se difuminó y la operación de las autoridades a cargo de este partido lograron su cometido: beneficiarse económicamente mediante la exportación de un producto de origen local.

Entonces ¿tiene algún sentido aún este partido? ¿Conserva todavía la relevancia histórica que poseía un mes atrás? ¿Puede tener el mismo valor si se han modificado todas las reglas que regían su desarrollo? La respuesta definitiva la conoceremos el día después de que se juegue la final, si es que esto pasará en algún momento.

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