Macri y Trump tratarán en Lima la influencia regional de China y Rusia
Mauricio Macri se transformó en el interlocutor privilegiado de Donald Trump, cuando considera necesario para los intereses americanos debatir la situación geopolítica de América
Latina. Por eso, la Casa Blanca se apuró en solicitar una reunión con el presidente argentino en la Cumbre de las Américas, cuando aún no estaba confirmado que Macri viajaría a Lima
tras la caída de Pedro Pablo Kuczynski, involucrado en los pagos de coimas ejecutados por Odebrecht para obtener contratos de obras públicas por millones de dólares. Macri asumió
que Kuczynski no era inocente, se enteró que Estados Unidos respaldaba a su sucesor Martín Vizcarra y supo que Trump pretendía otorgar a la Argentina un protagonismo clave en la
región, frente a una agenda multilateral que incluye los intereses estratégicos de Beijing y Moscú, la crisis de Venezuela, la Guerra del Acero y el Aluminio, la presencia de
Hezbollah en la Triple Frontera y la solapada tensión que se esconde detrás de la hoja de ruta del G20.
Macri logró establecer un diálogo privilegiado con Trump, pero se debe preparar para protagonizar una reunión bilateral compleja y clave para consolidar su peso específico en
América Latina. Si el Presidente acierta en el tono de sus respuestas y sus planteos, y finalmente su pensamiento estratégico se conoce en los escenarios de poder, la incorporación a
la OCDE, el acuerdo Unión Europea-Mercosur y la búsqueda de la categoría Investment Grade para la Argentina, no serán simples quimeras que se sueñan en la intimidad del poder.
Trump observa con muchísima atención la creciente influencia de China en la región. Beijing ha dejado de apuntalar su influencia en la adquisición de materias primas, para buscar un
mayor peso estratégico vinculado a la infraestructura. En este sentido, ha creado un sistema de apoyo a la infraestructura mundial que se llama One Belt, One Road (OBOR), que
implica una red de inversiones mundiales que alude a la legendaria Ruta de la Seda que unía Asia con Europa.
Esta nueva Ruta de la Seda del Siglo XXI significa una red global que une corredores marítimos y terrestres entre China, Asia, Europa, África y América Latina. Xi Jinping,
Presidente de la República Popular China, diseñó la lógica política de OBOR y su motor funciona con el concepto de soft power, una forma particular del ejercicio del poder para
transformarse en la única potencia mundial.
No hay conquista por la fuerza, no hay invasión territorial: Xi propone la cooperación en inversión e infraestructura, en finanzas, ciencia y tecnología, en el diálogo que incluya a partidos
políticos, parlamentos, ONGs y las universidades más prestigiosas de Oriente y Occidente. China quiere ocupar el centro de la Aldea Global, propone borrar las fronteras formales, y unir
continentes, países, organizaciones multilaterales y sistemas bancarios. Para coronar, en las cercanías del 2050, el desplazamiento de los Estados Unidos y el ascenso pacífico de
Beijing al poder mundial.
La sombra de Mao se reduce en términos exponenciales si se contabiliza el poder interno de Xi, que no sólo usará a OBOR para colocar a China en la cima del poder mundial. El
Presidente de China también apostó al desembarco de empresas nacionales en América Latina, y las cifras exhiben que su plan dio resultado. Nueve empresas chinas –
Sinopec, CNPC, Sinochen, China Three Gorges, MMG, State Grid Corporation of China, Wisco, Cnooc y BCEG-, concentran casi la mitad de la inversión de China en el Cono Sur. Y tres países de América Latina –en los últimos 16 años- fueron beneficiarios de este plan de concentración empresarial: Argentina, Brasil y Perú, que recibieron 7 de cada 10 dólares que
invirtió Pekín en toda la región.
Desde la óptica de Trump, el avance de China es consecuencia de la inteligencia de Xi y de una pésima estrategia geopolítica de Barack Obama, que privilegió las relaciones
diplomáticas con Beijing para balancear a Rusia y contener la situación en Medio Oriente, puesta en jaque por ISIS y su sueño del califato fundamentalista. El Presidente de Estados
Unidos pretende frenar la influencia de Xi en la región y planteará a Macri su particular perspectiva de los asuntos mundiales.
Será en ese momento que el Presidente argentino deberá usar a fondo su intuición política y sus años conviviendo con el poder. Trump quiere que la Casa Rosada juegue como un
atenuante regional de Beijing, y aceptar ese planteo implicaría un error diplomático. El propio presidente de los Estados Unidos acordó con Xi una estrategia común ante Corea del
Norte y además es probable que Xi permanezca en el cargo cuando Trump haya terminado su trabajo en el Salón Oval. Cada Estado debe contabilizar sus réditos y costos para diseñar
su política exterior y no habría beneficios directos para Argentina si aceptara plegarse a la agenda de Trump y su táctica dual con China.
Macri sostiene el libre comercio y Trump está en una cruzada proteccionista. Xi apuesta al libre comercio y contiene a Trump. Macri no refiere a las escasas libertades civiles
que hay en China, y la misma posición se observa en Europa, el Mercosur y los países más poderosos de Asia. En este precario equilibrio de poder, no aparecen con claridad para la
Argentina los beneficios de alinearse con la Casa Blanca y ejecutar sus órdenes diplomáticas. Más aún cuando es fácil de observar la posición realista de Trump: cuestiona a China, pero
usa su influencia para compensar a Corea del Norte, el blanco móvil que usa el presidente americano para seducir a su electorado populista.
Cuando Trump termine de comentar sus impresiones sobre China, avanzará sobre la influencia de Rusia en la región. Y otra vez, Macri deberá extremar su cautela y mantener su
equilibrio geopolítico. Moscú tiene menos peso en la América Latina, pero es clave en la crisis de Venezuela. Nicolás Maduro está rodeado de consejeros cubanos, que responden a
las órdenes de Raúl Castro. Y el hermano más inteligente de Fidel está en permanente consulta con el Kremlin, que regentea Putin desde el 2.000. Conclusión: la solución a la crisis de
Venezuela sólo será factible con el guiño político del Presidente de la Federación Rusa, que estará a cargo por cinco años más.
En el Departamento de Estado y el ala oeste de la Casa Blanca se cocina un plan para terminar con la crisis venezolana. Macri responderá a Trump que no avalará aventuras
militares y que no es buena idea reducir a nivel de consulado la representación diplomática de los países que integran la Organización de Estados Americanos (OEA). Sería importante
que esta opinión –sostenida por el Grupo Lima—llegue directo a Mike Pompeo, futuro secretario de Estado y conocido halcón de los despachos de Washington. Trump tiene que asumir
que la región reforzará los controles para evitar que millones de dólares sucios salgan y entren a Venezuela, y que se hará lo indispensable para atenuar la crisis humanitaria que sufre la
sociedad venezolana adentro y afuera de su territorio. Pero que ningún jefe de Estado, liderados por Macri, apoyará una aventura militar o un conflicto secreto de baja intensidad para
terminar con Maduro y acelerar los tiempos de la transición democrática en Venezuela.
Al cierre de la Cumbre entre Macri y Trump, habrá un tiempo para analizar los convenios de seguridad regional – operaciones conjuntas contra Hezbollah y el Narcotráfico—y para
tratar la guerra comercial que se inició en Washington al aumentar los aranceles al acero y al aluminio. Argentina ha sido temporalmente excluida del pago de aranceles, pero esa
situación no durará para siempre.
Macri opta por la relación privilegiada con la Casa Blanca y aceptará que se impongan cupos a nuestras exportaciones de acero y aluminio. La negociación recién se inicia y las
conversaciones se extenderán hasta fines de abril. Y en ningún caso existirá la decisión concurrir a la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Francisco Cabrera, el ministro de Producción, está a cargo del toma y daca, mientras que el embajador Fernando Oris de Roa recorre las oficinas burocráticas en DC para sostener
una propuesta que se basaría en cupos sin arancel para las exportaciones del acero y el aluminio argentino. La instrucción presidencial es fácil de presentar: negociar hasta el final,
entendiendo que la Casa Blanca es clave para la integración del país en el mundo.
Sin Trump, no hay OCDE ni Investment Grade. Y con equilibrio diplomático, se puede cerrar el acuerdo Unión Europea-Mercosur, obtener mayores inversiones de China y Rusia, y
fortalecer la llegada de los productos argentinos al mercado global. Se trata de una agenda multilateral que no estaba en los cálculos de nadie.
Macri y Trump serán protagonistas en Lima de una cumbre que puede marcar las relaciones bilaterales entre Argentina y Estados Unidos. Los resultados del encuentro
permitirán entender la capacidad política de sus protagonistas. En un tablero internacional tan complejo, los costos y beneficios geopolíticos exceden la dimensión de un tuit o una
imagen posteada en Instagram.