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Miles de judíos franceses emigran a Israel para huir del creciente antisemitismo

Hubo un tiempo en el que Francia se mostraba ante el mundo como un exitoso crisol de razas donde blancos y negros y personas de distintas religiones convivían en paz y prosperidad. Un país sin discriminación ni violencia. Un país que ya no existe, que quedó en el pasado.

Se estima que, empujados por la crisis económica, el terrorismo y la creciente violencia racial, entre 1,7 y 2 millones de franceses están viviendo fuera de su país. Con una población de unas 67 millones de personas, la diáspora francesa es, en proporción y magnitud, una de las más grandes del mundo.

Entre los que se van cansados de la violencia están los judíos de Francia. No pasa mucho tiempo entre las noticias que hablan de ataques a sinagogas, golpizas a personas que llevan kipá en su cabeza y hasta asesinatos y explosiones.

Las estadísticas más recientes señalan que son alrededor de 465.000 los franceses de religión judía pero el número cae año tras año mientras muchos de ellos se van a otros países de Europa, a Canadá o a Estados Unidos. O a Israel.

Tomando en cuenta los recién llegados con la creciente ola de inmigración que comenzó hacia el 2013, entre 110.000 y 120.000 judíos franceses se mudaron a este país del Medio Oriente de acuerdo a las estadísticas de la Agencia Judía.

La embajada en Tel Aviv dice que, en realidad, son apenas más de 50.000, es decir, un 10 por ciento de la comunidad judía en Francia, pero las autoridades israelíes no dudan en llevar esa cifra a más del doble.

No es para menos: no son muchos los países donde se registran tantos sangrientos casos de antisemitismo.

Apenas en marzo último, la policía de París encontró el cuerpo acuchillado y semi quemado de Mireille Knoll, una mujer de 85 años. Las autoridades francesas establecieron que los atacantes la mataron por ser judía.
Knoll había corrido con suerte durante la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 9 años y pudo escapar de una redada nazi que llevó a muchos de sus conocidos y parientes al campo de concentración de Auschwitz. Pero no tuvo la misma suerte cuando la atacaron en su departamento parisino.
Hay dos hombres, de 29 y 21 años, detenidos por el crimen. Según sus testimonios ante la policía, fue el más joven quien propuso el asalto: “La vieja es judía, debe tener plata”, fue su argumento.

También a principios de año, una chica de 15 años que volvía a casa vistiendo el uniforme de su colegio judío fue tajeada en la cara por un desconocido. Y un niño de 8 años fue golpeado hasta dejarlo tirado en el piso porque llevaba kipá.

Esos casos ocurrieron en Sarcelles, en los suburbios del norte de París, a menos de veinte kilómetros de la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo.

Ahí, en Sarcelles, vivía Galit Samama, una joven madre judía de 29 años, antes de mudarse con su familia a la ciudad costera israelí de Ashdod.

Galit llegó a Israel hace unos pocos meses, pero -según le cuenta a Infobae– tenía decidido mudarse hace ya varios años, desde que sufrió en carne propia las consecuencias físicas del antisemitismo.

Cuando era todavía una adolescente, Galit había salido de la escuela judía, una de las tantas de la zona de Sarcelles, adonde vive todavía una muy grande comunidad hebrea, llevando orgullosa una estrella de David colgando de una cadenita en su cuello.

La mala fortuna quiso que se topara con una pandilla de jóvenes que la paró en la calle y le quitó la mochila. Ahí encontraron una pequeña botella de agua, y se les ocurrió que era una buena ocasión para obligarla a tomar un poco.

Pero, con el agua, le hicieron tragar también su estrella de David.

“En Francia tenemos como una vida paralela a la del resto de la sociedad -relató Galit-, no podemos ser judíos abiertamente, no podemos ser como el resto”.

Galit se casó, tuvo hijos, se recibió de abogada, pero demoraba la decisión de venirse a Israel porque su marido no estaba del todo convencido. Hasta que los últimos ataques antisemitas terminaron de llevarlos hasta el avión.
“Ya no podía dejar que los chicos jugaran solos en la calle -recordó-. Y, a la noche, cuando nos acostábamos, le preguntaba a mi marido si había cerrado bien las ventanas y las puertas de la casa”.

Otros franceses explicaron que el impacto del antisemitismo es mayor en los suburbios de París o en la ciudad de Marsella, adonde se concentran grandes poblaciones de origen árabe.

Esos mismos franceses-israelíes dejan entender que la convivencia entre árabes y judíos es cada vez peor, y que día a día crece el racismo en ambas comunidades.

Muchos judíos, dicen, se vienen a Israel para alejarse de ese entorno árabe.
En esta especie de colmo del racismo mutuo, se van de un país como Francia, donde el porcentaje de árabes posiblemente se ubique en el 10 por ciento (está prohibido preguntar raza o religión en los censos franceses), a Israel, donde los árabes conforman el 20 por ciento de la población.

“Hay un gran problema de antisemitismo en Francia, pero también un gran problema de racismo: los judíos ya no se llevan bien con los árabes”, le dice a Infobae la empresaria Mégane Dreyfuss, quien llegó desde París hace siete años.

Mégane, que tiene ahora 29 años y está al frente del Developers Institute, un instituto adonde enseñan a escribir código informático, vivió también su “momento” de antisemitismo antes de venirse a Israel.

Con avanzados estudios de marketing, Mégane mantuvo una entrevista telefónica con una ejecutiva de una gran empresa en París. La charla había sido alentadora y parecía todo bien encaminado. Cuando terminaron de hablar, su entrevistadora colgó mal el aparato y Mégane la pudo escuchar hablar con una de las colegas de la ejecutiva. Dreyfuss, le contó, tenía las condiciones necesarias para ser contratada para la pasantía, pero su apellido era “demasiado judío” y la palabra “Israel” aparecía “demasiadas veces en su curriculum”.

“Nunca había sufrido un antisemitismo violento, pero esa experiencia me marcó para siempre”, afirmó Mégane.

“Apenas me dí cuenta de que mi apellido podía ser un obstáculo para mi carrera me fui a Bruselas a trabajar en una empresa con muchas relaciones con Israel”, relató. Y fue solamente una cuestión de tiempo antes de que le preguntaran si quería trasladarse a Tel Aviv.

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