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La clasificación de la Scaloneta al Mundial de Qatar se siguió por celular en las tribunas

“¿Solamente si le ganamos a Brasil nos clasificamos al Mundial?”, preguntó uno ya desorientado en las tribunas cuando faltaban unos pocos minutos en el Bicentenario y el 0-0 parecía inquebrantable. “Pero con el empate también porque está ganando Ecuador”, explicó otro celular en mano haciendo números. Los resultados previos de Uruguay, Perú y Colombia habían desconcertado a todos. El clima festivo, además, se había devorado a cualquier especulación. La gente se sentía en el Mundial desde antes del partido y poco importaba el resto. El clásico se había convertido en la misa scaloneta, una especie de ritual que acompañó a la selección argentina desde el mismo domingo cuando se desbordó la pasión por tratar de conseguir una entrada.

Para cuando el árbitro pitó el final, el trabajo estaba hecho. La gente explotó de algarabía, pero no se quedó a esperar qué pasaba en tierras chilenas. Los fanáticos se enteraron en las inmediaciones del estadio sanjuanino cuando llegó el resultado desde el otro lado de la cordillera: Argentina estaba en Qatar 2022, confirmado. Lo que le importaba al hincha, igual, ya estaba firmado: ver a Messi y compañía en vivo; hacerles sentir el calor que logró impregnar en las tribunas este equipo. “Hace tiempo que no veo a la gente tan identificada con la Selección”, se animaron a abrir el debate en el sector de prensa.

Los romances hay que disfrutarlos. No hay que pensar si acabarán, si perderán la chispa que los encendió. Hay que permitir que la electricidad de esa energía recorra el cuerpo. Viaje, se desprenda de los poros, brote como una sonrisa de oreja a oreja. El romance entre Messi y Argentina nació hace muchos años, pero a veces parecía un amor no correspondido. Siempre había un tercero en discordia, un “no sos vos soy yo”. Ver feliz a Messi nos hace felices, al parecer. Tardamos en darnos cuenta, quizás nos olvidemos en algunos meses y volvamos a verle al romance las típicas grietas que lo terminan desgastando.

Pero ahora hay que disfrutarlo de principio a fin. Desde que él prefirió las críticas en PSG con tal de estar casi lesionado en dos partidos definitorios. Ojo, esto de priorizar a la selección lo hizo siempre, pero ahora parece que el romance es correspondido y eso enamora más. Él levantó los brazos tímidos, casi avergonzado, cuando la multitud lo vitoreó en la puerta del hotel en el día previo. Pero no pudo esconder de ninguna manera los dientes de lado a lado de la comisura de los labios. Él está feliz, sinceramente feliz. Y posiblemente enamorado de ser amado en su país después de caminar por la fila de algunos detractores que la última vez que patearon una pelota tuvieron que ir a aplaudir a lo de la vecina para que se las devuelva.

San Juan fue una fiesta. Una verdadera fiesta. Ni siquiera las desorganizaciones la empañaron. Y hasta las autoridades reconocieron que el vendaval de la scaloneta superó sus planificaciones y expectativas, y por eso se vieron esos desmanes el día de la venta de entradas. San Juan también fue un hormiguero. Un hormiguero de gente amable que en ningún momento hizo sentir atisbos de rencor con los hinchas que cayeron de todas las provincias del país para revolucionar su casa. No hay que olvidarse que hasta hace poco tiempo atrás hacíamos cuentas en la última fecha para ir al Mundial y los estadios donde jugaba Argentina se llenaban con más entradas de protocolo que con la gente de la popular. El furor casi ricotero se empezó a sentir el domingo temprano con lo de las entradas, pero caminar por el centro de la ciudad cualquiera de los días siguientes era caminar por la Argentina en su totalidad. Camisetas de fútbol de equipos tucumanos, santafesinos o del conurbano. Periodistas de una punta y la otra de la nación. El fútbol como herramienta de unión, una vez más.

Y Messi, siempre Messi. Camisetas, tatuajes, banderas, publicidades, caretas. A todo lo que se le podía meter la insignia del diez, se le ponía. Hasta un hincha se animó a viajar desde Buenos Aires en avión completamente vestido con la ropa de la Pulga. Quizás el Bicentenario no fue la mejor elección en cuanto a capacidad para albergar espectadores –muy pocas 25 mil entradas para tanta expectativa–, pero sí fue un lugar del que se llevará una sensación de adoración absoluta, quizás como pocas veces le pasó. ¿La luna de miel de Leo con la gente fue con aroma cuyano?

El ídolo de las figuritas estaba ahí, a metros. Nenitos que salían de la escuela acamparon durante todo el día en la puerta del hotel de la Selección. Él se asomó desde una ventana y otra vez, al igual que lo hecho el día previo, retribuyó el cariño. Tímido, siempre tímido, porque él es así y la gente aprendió a quererlo de ese modo. Sin estridencias ni comparsas coloridas alrededor de su figura. Aceptamos que es un capitán más bien silencioso y él aceptó que debía tener algunos pequeños gestos para complementarse con los fanáticos. Un poco y un poco.

Pero no fue el único foco de admiración. El alarido de la gente aturde los tímpanos cuando él aparece, no hay comparación. Pero también hay que hacerles un apartado a otros cuatro nombres, uno de ellos muy sorpresivo y con una fundamentación relacionada directamente a su club. La gente ovacionó en reiteradas ocasiones al Dibu Martínez, a Rodrigo De Paul y le dio su merecida distinción a Fideo Di María, el que fue, fue y fue hasta que “rompió la pared”. Más bien podríamos decir que la hizo trizas. El público lo ovacionó varias veces, quizás con un poco de culpa por el castigo del pasado. ¿Y lo de Julián Álvarez cómo se explica? Se llevó gritos efusivos cuando lo presentaron entre los suplentes a punto tal que algún desprevenido preguntó por qué la gente se había alborotado tanto. Y la escena se repitió cuando lo vieron parado al costado de la línea listo para reemplazar a Di María. Fue el único momento de la jornada en el que los colores de los clubes le ganaron al albiceleste selección. También, por qué no, habrá que sumar a la lista a aquellos que lo ven como una bendición de futuro y lo celebran más allá de la franja roja cruzada.

“Si hacemos un análisis de este año, fue hermoso. Lo que vivimos con la gente… Todo fue redondo”, se sinceró De Paul. Y hay que animarse a más: este fue el mejor año de Messi con la Selección. Podremos discutirlo si también lo fue en juego, podremos discutir si también lo fue en cifras, pero no quedan dudas que este fue el mejor año emocionalmente. La “atmosfera”, como definió Scaloni a todo el clima, conspiró para que él sonría una y otra vez. Sea feliz. Llore de alegría. Y si Messi es feliz, todos los que amamos el fútbol somos felices. Otro día, si quieren, discutimos si Argentina está jugando mejor o peor, si los mediocampistas que acompañan al cinco son demasiado intermitentes, si el nueve necesita de una presión mayor en sus espaldas para sacar todo el potencial que tiene adentro. Ahora hay que festejar: desde San Juan nos vamos a Qatar.

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